El año 586 d.C., Recaredo accede al trono tras la muerte de su padre. Diez meses después se produce la conversión de Recaredo a la Iglesia católica, ratificada en el III concilio de Toledo, el año 589. Recaredo era un rey militar, que había defendido victoriosamente al reino visigodo contra los reinos del norte. La conversión de Recaredo, después de la de Clodoveo, rey de los francos, era un decisivo éxito de la Iglesia católica, y ponía las bases religiosas para la hispania visigoda, como en el caso del rey franco. Era, en los dos casos, una victoria de Roma, la nueva Roma y suponía la identificación del ejército hispano-visigodo con el catolicismo, que ya se mantendrá, incluso después de la invasión árabe, como una de las constantes sociales y militares de la historia de España.
A poco de su conversión, Recaredo convoca un sínodo de obispos arríanos que se pasan en masa al catolicismo; el papa San Gregorio Magno le escribió una carta de felicitación por su gesto histórico. En el III concilio de Toledo, la conversión fue ratificada ante los sesenta y dos obispos asistentes. Toda la nobleza visigoda abjura del arrianismo y abraza el catolicismo.
Para completar la unidad, empiezan a ejercerse duras presiones sobre los numerosos judíos de España, que en buena parte se resisten a renegar de su fe. Cuando estas presiones se convierten en brutales persecuciones, los judíos entran en contacto con los musulmanes, que se han asomado al Estrecho, para pactar con ellos la entrega del reino a cambio de protección y tolerancia.
A la muerte de Recaredo el reino entra en un periodo de anarquía dinástica. La violencia para la sucesión electiva se convierte en el morbus Gothorum, la enfermedad de los godos. Viterico suplanta al hijo y sucesor de Recaredo, Liuva II, pero también él es arrojado del trono por Gundemaro, sustituido por Sisebuto tras un reinado breve. Su sucesor, Suintila, completó la expulsión de los bizantinos, reducidos por e rey anterior a un rincón de la Península, el sur del actual Portugal. La Iglesia católica se va afianzando en el reino y cunde la persecución contra los judíos.
Cuando Suintila quiso asociar al trono a su hijo Ricimero, se rebeló Sisenando, duque de Septimania, quien les echó del trono y convocó el IV concilio de Toledo, que ligitimó la usurpación y prohibió formalmente, con poco éxito, la deposición violenta de los reyes. Pero la discordia se había identificado de tal forma con la política de los godos, que el reino descendía trágicamente hacia su ruina.