La derrota de la Armada Invencible española es una de las victorias legendarias de la historia inglesa. La artillería inglesa venció a la flota española aunque sob después de que un ataque con brulotes dispersara a la Armada en Calais, e impidiera que escoltase al ejército español a través del canal de la Mancha.
Datos de la Armada Invencible
Quiénes: Felipe II de España envió al duque de Medina Sidonia (1550-1619) con la «Armada Invencible» contra la reina inglesa Isabel I, cuya flota dirigían lord Howard de Effingham (1536-1624) y Sir Francis Drake (1543-1596).
Cómo: Una batalla naval que vio como el sistema inglés de combate marítimo, con la introducción de líneas de batalla que disparaban andanadas, eclipsaba las tácticas españolas de «guerra de galeras».
Dónde: En el canal de la Mancha, desde Cornualles hasta Gravelinas, en la costa belga.
Cuándo: Del 31 de julio al 9 de agosto de 1588.
Por qué: Felipe II trataba de invadir Inglaterra con el ejército de 30.000 hombres del duque de Parma, para dar fin a sus problemas con Inglaterra de una vez por todas.
Resultado: Un ataque con brulotes en Calais quebró la formación de la Armada, los ingleses vencieron en Gravelinas y los supervivientes de la Armada se vieron obligados a navegar alrededor de las islas británicas para escapar.
Antecedentes
Hasta 1585 el rey Felipe II de España y la reina Isabel I de Inglaterra habían aprendido a convivir. Ese año Francis Drake asaltó la costa española mientras Inglaterra, ahora aliada con los rebeldes holandeses, desembarcaba 4.000 soldados en Holanda. Era una declaración de guerra contra España, si no formal, al menos en la práctica. Parma propuso el desembarco de 30.000 hombres de su ejército de Flandes directamente en la costa de Kent, mientras que don Alvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, aconsejó enviar 510 buques y 95.000 soldados contra Inglaterra directamente desde España. Santa Cruz había tomado las islas portuguesas de las Azores (1582-1583) y había combatido en Lepanto en 1571 cuando la Liga Santa aplastó a la flota turca. Vacilante y cauteloso por naturaleza, Felipe II eligió una solución de compromiso. Enviaría la Armada Invencible al canal de la Mancha para escoltar después a Parma en la travesía desde los Países Bajos. Este arreglo estratégico resultaría ser la perdición de la Armada antes de que saliese siquiera de puerto.
Para ganar tiempo durante los preparativos ingleses contra la invasión, el famoso corsario (o pirata, como lo llamaban los españoles) inglés sir Francis Drake se hizo a la mar con
22 buques y, el 19 de abril de 1587, atacó Cádiz, donde quemó o capturó 36 naves españolas fondeadas, y en mayo asaltó las Azores. La peligrosa presencia de Drake obligó a Felipe a retrasar la partida de la Armada Invencible hasta la primavera siguiente.
Felipe II había nombrado a Santa Cruz comandante de la Armada, pero el marqués falleció en febrero de 1588 en medio de los preparativos. El puesto de Santa Cruz como capitán general del Mar Océano fue ocupado por don Alonso Pérez de Guzmán, de 38 años, séptimo marqués de Medina Sidonia, un experto y eficaz organizador que pronto tendría el enorme proyecto de la Armada Invencible otra vez encarrilado. Las carencias que pudiera tener el duque en cuanto a experiencia real de combate las suplía con una fría capacidad táctica y estratégica, sentido común, disciplina y determinación. Se lanzó con tremenda energía a reparar los daños causados por las incursiones de Drake y el caos que Santa Cruz había dejado tras de sí.
La Armada Invencible se hace a la mar
El 1 de abril el duque recibió órdenes de Felipe II: debía dirigirse a Margate en apoyo de Parma, quien había de desembarcar en Ramsgate y avanzar por el Támesis para tomar Londres. Una vez logrado esto, Felipe obligaría a Isabel a hacer concesiones. Felipe advirtió a Medina Sidonia que los ingleses tratarían de evitar el combate a corta distancia y utilizarían su superior artillería naval para hundir las naves del duque.
El 30 de mayo de 1588 la Armada Invencible, en número de 130 buques con 2.400 cañones, 8.000 marineros y 19.000 soldados, zarpó de Lisboa. Sin duda tenía un aspecto formidable desde lejos, aunque era mucho más débil de lo que parecía. Los españoles trataban la guerra en el mar como una extensión de la guerra terrestre. Su experiencia de la guerra en el mar procedía del combate con los turcos en el Mediterráneo. No obstante, esta se disputaba con flotas de galeras donde las naves eran abordadas por tropas fuertemente armadas, razón por la cual los españoles llevaban tantos soldados a bordo de sus naves. Los españoles esperaban aproximarse a los barcos ingleses, hundir en ellos sus ganchos y después hacerse con los buques enemigos al abordaje.
La flota inglesa
Los ingleses, en cambio, trataban de combatir de un modo completamente distinto. Habían aprendido a construir galeones rápidos y de líneas elegantes con bastante artillería mediana y pesada, y podían confiar en la potencia de fuego y en la velocidad para superar en rapidez, artillería y maniobrabilidad a los buques españoles, más lentos y torpes. Los ingleses tenían varias ventajas más en comparación con su enemigo. Combatían en defensa de su país contra un despiadado aspirante a invasor, que deseaba imponerles su dominio y su religión. Esto les animaba. También combatían en aguas locales, el canal de la Mancha, que dominaban. Los españoles no conocían bien estas aguas frías y grises, y, como atacantes, no estaban tan motivados.
Los ingleses tenían también algo parecido a tripulaciones y oficiales profesionales y especializados. Los capitanes eran comandantes supremos de sus naves, mientras que en los buques españoles el mando estaba dividido entre los oficiales militares y los navales, con lo que frecuentemente no estaba claro quién tenía prioridad. Los ingleses tenían a bordo un cuerpo de artilleros bien entrenado, acostumbrado a cargar, disparar y volver a cargar sus cañones con rapidez y eficiencia, a pesar de los bandazos de la cubierta, mientras que los españoles utilizaban para ello a sus artilleros del ejército. La velocidad del fuego inglesa era, por tanto, tres o cuatro veces más rápida que la de su enemigo.
Por último, los propios buques eran bastante diferentes. Ni siquiera Felipe II podía permitirse una flota permanente de la escala de la Armada, así que la mayoría de las naves habían sido arrendadas o prestadas por personas o potencias amigas. La mayor parte del tonelaje español no era adecuado ni estaba preparado para una verdadera batalla naval y los buques más grandes de la flota de avituallamiento no estaban debidamente armados. En contraste, los buques ingleses habían sido diseñados específicamente como buques de guerra, construidos para combatir en aguas locales y para un combate rápido e intenso a poca distancia. En 1588 los ingleses tenían 24 buques recién construidos o equipados en la Marina Real, y a este número se podían añadir corsarios y buques mercantes. En total, la marina inglesa, bajo el mando de Carlos, lord Howard de Effingham, alcanzaba los 105 buques, y el grueso de la flota de Howard estaba fondeado en Plymouth. A sus 52 años, Howard tenía, de hecho, poca experiencia en el combate marítimo o en el alto mando, aunque sus subordinados, como Drake y Frobisher, habían obtenido mucha en sus numerosas incursiones corsarias contra el enemigo. Drake había descubierto, por diversas fuentes, que la Armada Invencible iba a navegar a lo largo del canal de la Mancha y trataría de neutralizar a su enemigo inglés antes del desembarco de Parma en Inglaterra.
Hasta el momento todo iba bien desde el punto de vista inglés; sin embargo, no tenían idea de dónde iba a desembarcar Parma. Isabel estaba convencida de que desembarcaría en Essex y situó allí a su favorito Robert Dudley, conde de Leicester, con el grueso del ejército inglés (14.000-20.000 hombres). Quedaban así tan solo 4.000 reclutas mal equipados para defender la costa de Kent, donde, de hecho, iban a desembarcar los veteranos de Parma.
Primer día
Tras un retraso en La Coruña a causa de una tormenta que dispersó temporalmente la enorme flota del 19 al 21 de julio, la Armada cruzó lentamente el golfo de Vizcaya y el 30 de julio penetró en el canal de la Mancha. Durante la noche del 30 al 31 de julio, la flota de Howard, con 64 buques, cruzó la derrota de la Armada, mientras el escuadrón de Drake permanecía cerca de la costa. Medina Sidonia formó su vasta Armada en una enorme media luna, cuyo centro mandaba él (90 buques). El flanco izquierdo (20 buques), se hallaba bajo el mando de don Alonso Martínez de Leiva y el flanco derecho (también 20 buques), bajo don Juan Martínez de Recalde. La formación de combate entera se extendía unas 2 millas. Era un espectáculo impresionante y aterrador.
Como no se había producido una declaración de guerra formal entre Inglaterra y España, Howard envió al Defiance (Desafío) a efectuar un disparo simbólico a la Armada que se aproximaba. Esta fue la señal para el inicio del combate. Mientras la flota de Howard se preparaba para la batalla, fue el turno de los españoles para inquietarse, ya que los buques ingleses viraron en una formación en ala, o en línea. Se trataba de un nuevo sistema flexible de presentar batalla en el mar, atacando al enemigo con una andanada. Los ingleses evitaban todo contacto estrecho con los buques españoles, ya que estos estaban repletos de hombres armados listos para actuar. En un combate cuerpo a cuerpo, los ingleses, dotados de un armamento ligero, tenían pocas posibilidades.
Más encuentros
Al día siguiente (1 de agosto), don Pedro de Valdés, en la averiada Nuestra Señora del Rosario, que había sido abandonada por el resto de la Armada Invensible, se vio obligado a rendirse ante Drake a bordo del Revenge. Durante los combates del día anterior, algunos de los capitanes españoles habían vacilado en el mantenimiento de sus posiciones en la rígida formación de combate y, a la vista de esto, Medina Sidonia ordenó que cualquier comandante que rompiera filas fuera colgado sin piedad. Después dividió el mando: él dirigiría la vanguardia y Leiva ocuparía la retaguardia, y, para calmar los ánimos de sus tripulantes y oficiales, constituyó dos fuertes grupos de combate con los buques más grandes y mejor armados.
El 2 de agosto, cuando la Armada estaba al oeste de Portland Bill, Howard atacó de nuevo y los ingleses hallaron, no obstante, que su fuego hacía poco efecto. Dispararon 500 descargas a la San Martín sin causar daños importantes.
Howard abandonó el combate porque sus buques se estaban quedando sin munición, observando que la Armada parecía, después de todo, invencible. Por la tarde, Medina Sidonia consideró la posibilidad de penetrar en el Solent para capturar Portsmouth y utilizarla como base. Howard estaba decidido a impedirlo y dividió su flota en cuatro escuadrones mandados por él mismo, Drake, Hawkins y Frobisher. Mientras los otros tres escuadrones detenían a la Armada Invencible, Drake salió al canal de la Mancha, viró y atacó inesperadamente. Los ingleses obligaron a la Armada a abandonar su ataque al Solent, y esta derivó de nuevo hacia el canal. Una victoria española se convirtió en un crucial éxito inglés. No obstante, la Armada siguió sin ser molestada durante dos días más y llegó a Calais el día 6 de agosto por la tarde.
Brulotes
Calais era un dudoso refugio para los españoles, ya que el puerto era poco profundo y abierto. No obstante, en la guerra civil religiosa en curso en Francia entre católicos y protestantes, el puerto de Calais estaba en manos de los primeros, y el gobernador francés era un ferviente católico que recibió a la Armada Invencible con los brazos abiertos. Esa misma tarde, el mensajero de Parma llegó en una pinaza desde su cuartel general con las desalentadoras noticias de que no estaría preparado hasta seis días más tarde. Medina Sidonia se dio cuenta de que no era probable que los ingleses y sus aliados holandeses, con 140 naves rondando frente a la costa, les dieran tanto tiempo.
Su presentimiento era correcto, ya que Howard había convocado un consejo de guerra a bordo de su capitana, el Ark Royal, durante la mañana del 7 de agosto, donde se decidió enviar unos ocho brulotes contra la Armada fondeada. Howard esperaba sembrar la confusión y el desorden, permitiendo así a los ingleses acercarse a boca de jarro y volar los buques españoles. Su ardid salió como estaba previsto. Medina Sidonia había sospechado que los ingleses lanzarían un ataque con brulotes y puso centinelas, de forma que, cuando se lanzó el ataque, durante la noche del 7 al 8 de agosto, dos de las naves inglesas fueron interceptadas y encallaron. Quedaban seis, que pasaron. Los ingleses habían cargado los cañones de las naves con doble carga, de forma que la explosión, el humo y el fuego eran tremendos, sembrando el pánico y el temor. La mayoría de los capitanes de la Armada cortaron los cables en una loca e irreflexiva huida para alejarse y salvar la piel, a pesar de las órdenes del duque de conservar las anclas y regresar a las posiciones anteriores una vez que terminara el ataque.
Al amanecer del 8 de agosto el duque contaba solo con su capitana y cuatro naves de escolta para protegerla. Poco a poco las naves regresaron, con los galeones fuertemente armados para proteger la retaguardia de la dispersa Armada mientras se reagrupaba. La cruda realidad, no obstante, era que los ingleses los tenían donde ellos querían. Al fin podían utilizar su superior potencia de fuego a bocajarro, con un efecto devastador.
La batalla de Gravelinas (8 de agosto) se disputó en las aguas llenas de bancos de arena entre Gravelinas y Ostende, y duró nueve horas. La San Martín recibió 200 impactos, sufrió graves daños y empezó a hacer agua, mientras su gemelo portugués, el San Mateo, fue acribillado por los impactos ingleses. Ambas naves encallaron entre Nieuwpoort y Ostende, donde fueron capturadas con sus tripulaciones por los holandeses. Dos buques más, entre ellos El Gran Grifón, encallaron, mientras que otro, el María Juan, llegó a hundirse: el único que lo haría.
Secuelas
Entre los españoles hubo 1.000 muertos y 800 heridos, y la moral se hundió. Medina Sidonia hizo esfuerzos desesperados para reunir a sus buques haciendo señales, y después reunió a sus capitanes restantes. No consiguieron convencerle de las razones por las que no habían regresado a la Armada, y este ordenó colgar a los traidores. No obstante, fueron perdonados todos menos uno, don Cristóbal de Ávila, quien fue colgado y después su cuerpo se exhibió en una pinaza para restaurar el orden y la disciplina.
La Armada Invensible había perdido la batalla contra los ingleses y ahora, con la disciplina restaurada, emprendió la ardua travesía en torno a las islas británicas de regreso a España. Fue una medida del liderazgo de Medina Sidonia y de la fortaleza y resistencia de sus hombres que tantos buques llegasen a regresar.