La conquista musulmana se inicio el 19 de julio del año 711, cuando en las orillas del Guadalete, las tropas árabes y bereberes de Táriq, liberto de Muza, derrotan al ejército visigodo del rey don Rodrigo, víctima de la traición alevosa de los hijos de Vitiza y sus allegados, entre los que destacaba el arzobispo de Sevilla, Oppas. Entre esta fecha y la de Covadonga, en 722, corren once años, quizá los más oscuros de la historia de España. En esa larga década se consuma lo que la historiografía clásica española denomina pérdida de España, con razón, pero en esos años se gesta también la resistencia y la reacción, que estallará en las montañas de Asturias. Covadonga es un momento natal y estelar para la historia de España; el historiador Claudio Sánchez Albornoz, que reconstruyó los hechos sobre el terreno y desde dentro de los archivos cristianos y las crónicas árabes, inapelablemente. Luego concretó sus investigaciones en su obra El reino de Asturias con el antetítulo Orígenes de la nación española.
Toma de Toledo por el Califato de Damasco
El cadáver del rey vencido no fue hallado en el campo de batalla del Guadalete. Corren, desde entonces, extrañas leyendas sobre su destino final; pero parece que sus fideles le llevaron a su descanso definitivo en Viseu, en el actual Portugal. Ha cundido también la especie de que los godos pudieron dar una batalla posterior cerca de la Peña de Francia, en los campos de Salamanca, junto a la localidad de Segoyuela; pero Sánchez Albornoz rebate esta hipótesis, aunque admite una segunda, y definitiva derrota, de los visigodos frente a los islamitas en Ecija, donde ya no se repitió la traición del Guadalete y los invasores sufrieron por ello una gran mortandad. Después de su victoria en Ecija, Táriq avanzó hasta la capital del reino, Toledo, donde defraudó a los vitizanos, que esperaban la entronización de uno de los suyos. Táriq, que conquistó Toledo con la eficaz cooperación de los judíos, despreció a los traidores y asumió el reino de España en nombre del califa de Damasco. Era el día de San Martin, 11 de noviembre de 711, fecha que marca la pérdida de España.
Avance Musulman en el Reino de España
Al frente de un ala del ejército, que desplegó en su rápida conquista de la Península un sentido estratégico y una eficacia táctica asombrosa, Mugait-al-Rumí ocupaba la ciudad de Córdoba, sobre la que los invasores demostrarían pronto sus preferencias al elegirla por capital. En toda la España visigoda, con excepción de algunas ciudades heroicas, donde predominaban los hispano-romanos, se daba el grito de sálvese el que pueda. Los nobles del reino de Toledo escapaban hacia el norte con los tesoros que podían; uno de ellos fue hallado en Guarrazar, con las coronas de algunos reyes. Los huidos cruzaron el Guadarrama, vía Buitrago, y se refugiaron en la casi inaccesible peña de Amaya, en los confines de los cántabros; pero Táriq encargó a sus nuevos aliados judíos la defensa de la capital e inició su persecución hasta la fortaleza de Amaya, que expugnó fácilmente. Nada parecía resistirse al impulso musulmán en España. Táriq dominó también la ciudad de Astorga y regresó a Toledo cuando ya su jefe, Muza, celoso de la victoria de su liberto, había desembarcado en España con un fuerte contingente militar, que se puede calcular de forma aproximada entre diez mil y dieciocho mil hombres.
Traición de los Godos y Judios
La pérdida de España se explica, según Sánchez Albornoz, por la discordia crónica de los hispano-visigodos, como ya hemos expuesto y por la traición de dos fuerzas que llamaríamos quintas columnas, con la terminología de la última guerra civil española: los godos partidarios de los vitizanos y los judíos. Ansiosos de conservar su situación con los nuevos dominadores, los primeros no dudaron en recurrir a la traición abierta cuando lo creyeron conveniente; por ejemplo, la ocasión en que se presentaron ante Carmona como refugiados y abrieron de noche a los arabes las puertas de la plaza. Entre todos los vitizanos traidores, como hemos dicho, se distinguía el arzobispo de Sevilla, Oppas, hermano de Vitiza y principal delator de sus correligionarios ante el nuevo poder, que le utilizó como emisario para intimidar a los núcleos cristianos de resistencia. Le veremos en Covadonga, cumpliendo esta función. En cuanto a los judíos, se vengaron con tal comportamiento de la prolongada, y muchas veces injusta, persecución a que les habían sometido los reyes y concilios visigodos. En el pueblo español cristiano quedó vivísima, aunque contusa, esta traición de los judíos de España, que alentaría después, a lo largo de la Edad Media, como una de las principales raíces del odio contra lo hijos de Israel en la España reconquistada. Podemos asegurar que la ayuda de los judío de Toledo y Granada fue decisiva para el éxito fulminante de las campañas islámica en España.
Avance y Conquistas de Muza
A su llegada a la Península. Muza decidió por sí y por sus hijos, apoderarse de las plazas importantes que habían sido rebasadas por el avance de Táriq sobre Toledo y posteriormente sobre Amaya y Astorga. La campaña musulmana de dominación duró, aproximadamente, un año después de la llegada de Muza. Mérida y Sevilla, cuyo principal núcleo de población era hispano-romano, resistieron largos asedios, lo que aleja la sospecha de falta de valor para los antiguos romanos de Hispania; Niebla y Beja colaboraron eficazmente a la resistencia sevillana. Pero el hijo de Muza, Abd-al-Aziz, sometió a casi todas estas ciudades a su regreso de una campaña victorias por tierras del sudeste, donde concluyó un pacto de autonomía con el noble godo Teodomiro, que estableció un reino vasallo entre Orihuela y Caravaca. De la rendición de Mérida, el 13 de junio del 715, se encargó personalmente Muza, por la importancia que la ciudad tenía en el conjunto de España.
Sistema de Pactos
El sistema de pactos concebido por los invasores, en que se garantizaban ciertos derechos a los vencidos, contribuyó a dulcificar las derrotas y a minar el espíritu de resistencia. Eran, según Sánchez Albornoz, de dos clases: el de tipo ahd —como el que se concertó con Teodomiro en tierras de Murcia— equivalía a una autonomía política considerable; el de tipo suhl, otorgado a Mérida, imponía el respeto a las vidas y los bienes, aunque confiscaba las propiedades de la Iglesia y las de los huidos al norte.
Resistencia de los pueblos españoles
Conquistada la antigua Emérita, Muza salio para Toledo y Táriq le vino al encuentro en Almaraz. La entrevista fue borrascosa y Muza asumió el mando, si bien confirmó la conquista de España para el califa de Damasco. Los árabes continuaron con diversas marchas la sumisión del suelo hispánico, para lo que utilizaban el pacto o el terror, como en la campaña sobre el valle del Ebro, donde nuevamente dividieron fuerzas los dos caudillos. Muza marchaba Ebro arriba cuando se le sometió un noble visigodo, el conde Casius, cuya descendencia, los Banu-Qasí, desempeñará un papel capital en la etapa siguiente de Aragón y Navarra. Sin ofrecer apenas resistencia, los bárbaros vascones, que habían sido en buena parte causantes de la pérdida de España por su inoportuna resistencia a Rodrigo, acataron al nuevo poder invasor y sufrieron sus abusos. Muza penetró por las indómitas tierras de los várdulos, los cántabros y los astures, e impuso, como Táriq en la Tarraconense, su dominio por el terror. La moral de los visigodos, cuyos ejércitos habían sido derrotados tan fácilmente y de los hispano-romanos, al ver que la casta guerrera que les había dominado y regido cedía tan abyectamente, borraba, entre los pactos y el terror, toda resistencia. Muza envió destacamentos hasta la costa del norte, ganada con mucho mayor esfuerzo por Octavio César Augusto en persona; cruzó los puertos de Galicial y se apoderó de Lugo. Allí lo encontró un enviado del califa de Damasco, que sin mas contemplaciones le tomó la mula del ronzal y se lo llevó a presencia de su lejano señor.
Nada parecía resistir en España la furia de los invasores, que muy pronto decidieron la conquista de las Galias. Quedaban sin hollar algunos altos valles pirenaicos, y los musulmanes no se establecieron de momento en puntos del Cantabria, de Álava y de Vizcaya, aunque sus guarniciones berberiscas controlaban, desde varias plazas fuertes, todo el territorio asturiano, prácticamente y toda Galicia.