Los territorios montañosos del norte de la península Ibérica habían quedado fuera del dominio de al-Andalus. En esas zonas vivían diversos pueblos, establecidos desde tiempos prerromanos, entre ellos los galaicos, los astures, los cántabros o los vascones, así como los hispani, nombre que daban las crónicas de la época a los habitantes del Pirineo central y oriental. A ellos se unieron los visigodos que, ante la presencia de los islamitas, acudieron a refugiarse a esos territorios. Ahora bien, desde mediados del siglo VIII fueron surgiendo en dichas comarcas diversos núcleos políticos, desde el reino astur, al oeste, que fue el primero que se creó, hasta los condados de la futura Cataluña, al este, pasando por el reino de Pamplona y el condado de Aragón. Dichos núcleos se convirtieron en el estandarte de la resistencia cristiana frente a los musulmanes de al-Andalus. No obstante, en el período comprendido entre los siglos VIII y X, el contraste entre el ámbito de la cristiandad hispana y al-Andalus era a todas luces espectacular. La España cristiana de aquella época era una zona plenamente ruralizada, sin apenas núcleos urbanos y con muy escasa circulación monetaria. En el terreno cultural la distancia era, si cabe, aún mayor entre el territorio cristiano y el musulmán.
El Reino Astur-Leones
El primero de los núcleos políticos que se constituyeron en el territorio de la península Ibérica no dominado por los musulmanes fue el reino astur. Tradicionalmente se ha supuesto que fue a raíz de la victoria obtenida en Covadonga, en el ano 722, por los habitantes de aquella zona sobre un cuerpo expedicionario islamita que se había adentrado en las montañas Cantábricas cuando se dio ese paso. Sin duda, el suceso de Covadonga, presentado por los clérigos cristianos como «la salvación de España», ha sido mitificado. Aquél fue un combate protagonizado por los astures, los cuales luchaban por preservar su autonomía como lo habían hecho en el pasado frente a romanos y visigodos. Pero al frente de dichos combatientes se encontraba Pelayo, que era un miembro de la nobleza goda. Poco después, al frente del núcleo astur, se situó nada menos que un monarca, Alfonso I (739-757), el cual realizó diversas correrías por la cuenca del Duero. Las crónicas de la época dicen que Alfonso I «yermó los campos que llaman góticos», llevándose a las tierras astures a numerosos cristianos asentados en la meseta norte. Un importante paso se dio en la siguiente centuria, durante el reinado de Alfonso II (791-842). Este monarca no sólo estableció la corte en la ciudad de Oviedo, sino que decidió asumir la herencia visigótica, lo que se tradujo en medidas como la reorganización del Palatium o la puesta en vigor del Líber ludicum. En tiempos de Alfonso II, por otra parte, se descubrieron en Galicia los supuestos restos del apóstol Santiago, que pronto iba a convertirse en el emblema por excelencia de la resistencia cristiana. El reinado de Alfonso II conoció también el inicio de la actividad repobladora en la cuenca del Duero, debido a que aquélla era una tierra de nadie desde el punto de vista de su control político.
Avance del Reino Astur
La segunda mitad del siglo IX fue testigo del gran avance de de los astures por la cuenca del Duero, sin duda espoleados por las querellas intestinas que sacudieron al-Andalus en esos años. En tiempos de Ordoño I (850-866) los cristianos recuperaron, entre otros núcleos, Tuy (854), Astorga (854) y León (856). Por esas fechas comenzaban a llegar a la cuenca del Duero mozárabes que escapaban de la persecución que sufrían en al-Andalus. Ahora bien, el progreso más notable del núcleo astur lo protagonizó Alfonso III (866-910), en cuyo reinado los cristianos llegaron a la línea del río Duero. El primer paso fue la colonización de Oporto (868). A finales del siglo IX los astures llegaban a Zamora (893), Simancas (899) y Toro (900). Paralelamente, el conde castellano Diego Rodríguez repobló Castrogeriz (883) y Burgos (884). Alfonso III fue designado, en sus últimos años, «emperador», título que quizá daba a entender su primacía sobre los restantes dirigentes políticos de la España cristiana, y en particular sobre los reyes de Pamplona.
Nuevo Centro de Reino Astur
El siglo X, en contraste con el anterior, fue testigo de una paralización del avance de los cristianos. No olvidemos que esa centuria coincidió con el máximo esplendor de al-Andalus. Por lo demás es preciso señalar que el centro del reino astur se había trasladado a la ciudad de León. De ahí que, desde comienzos del siglo X, se hable de reino astur-leonés o simplemente leonés. Los cristianos lograron, a duras penas, resistir en la línea del Duero. Es verdad que Ramiro II (931-951) tuvo un importante éxito militar, al derrotar a Abderramán III en la batalla de Simancas (939). Aquél fue el punto de partida de la colonización de las tierras situadas al sur del Duero, concretamente en el valle del Tormes. Pero unos años después se produjo un nuevo repliegue de los cristianos. La segunda mitad del siglo X fue, sin duda, la que conoció un mayor declive del «reino-imperio leonés», que se debatía en continuas pugnas internas. Por si fuera poco, en las últimas décadas de la décima centuria el hachib cordobés Almanzor lanzó ataques terroríficos sobre los cristianos. Un cierto respiro, no obstante, conoció el «reino-imperio leonés» tras la muerte de Almanzor, durante los reinados de Alfonso V (999-1028), que llevó a cabo la restauración de la ciudad de León, y de Bermudo III (1028-1037).
El reino astur-leonés bebía en la tradición visigoda, lo que explica que los reyes fueran elegidos entre miembros de la antigua nobleza goda, aun cuando poco a poco se fue asentando la sucesión hereditaria. Asimismo, las instituciones de gobierno recordaban los tiempos visigodos. El Palatium, por ejemplo, era heredero del Aula Regia. Por lo que se refiere a la organización territorial, el reino estaba dividido en condados, con un comes al frente, aunque había también demarcaciones más reducidas, como los comisos y las mandaciones.
El condado de Castilla
El reino astur-leonés se extendía, en el siglo X, desde el mar Cantábrico hasta el río Duero y desde Galicia hasta el Alto Ebro.
Dadas las condiciones de la época, gobernar un territorio tan amplio resultaba, obviamente, muy difícil. De ahí que surgieran tendencias centrífugas en algunas zonas de la cuenca del Duero, en particular en las comarcas orientales, donde vio la luz Castilla, nombre cuya mención más antigua se encuentra en un documento del año 800. Aquel territorio era,en cierto modo, la frontera del reino astur, pues por el Alto Ebro penetraban la mayor parte de las aceifas de los musulmanes. Ello explica la abundancia de fortificaciones, lo que, según todos los indicios, dio lugar al nombre de Castilla que se aplicará a la región. Otro rasgo distintivo de la primitiva Castilla era la participación en las tareas repobladoras de gentes vasconas, las cuales se caracterizaban por su débil romanización. Asimismo, el alejamiento de la corte explica que en el territorio de la naciente Castilla se rigieran por las costumbres y no por el Fuero Jusgo, cuyos ejemplares, según la leyenda, fueron quemados.
Autonomía del Condado de Castilla
Las comarcas orientales del reino astur-leonés estaban articuladas en torno a diversos condados. A comienzos de la décima centuria había condes de Lantarón, de Álava, de Burgos y de Castilla propiamente dicha. Pero, pocos años después, gracias a la labor desarrollada por Fernán González (927-970), dichos condados se van a fundir en uno solo, que en adelante se denominará sin más condado de Castilla. Fernán González, considerado por la historiografía romántica el «padre de la patria castellana», era una persona de gran habilidad política, que supo aprovechar las discordias existentes en aquellos años en el reino de León. Pero no se independizó, en modo alguno, de los reyes leoneses. Sin duda, logró un gran margen de autonomía política, al tiempo que pudo transmitir el condado a sus herederos: su hijo García Fernández, posteriormente Sancho García y finalmente, ya en el siglo XI, doña Sancha, casada con el rey de Pamplona Sancho III el Mayor. Mas nunca rompió Fernán González los lazos formales que le unían con los reyes leoneses. La Castilla de tiempos de Fernán González, según la opinión expresada en su día por el historiador Salvador de Moxó, era una especie de principado feudal, semejante en su funcionamiento político a los condados del Imperio carolingio.
El reino de Pamplona
La zona en donde surgió el reino de Pamplona estaba ocupada por pueblos que mantenían fuertes lazos tribales. Se trataba de los vascones, gentes que vivían básicamente de la ganadería y que contaban con una larga tradición de autonomía política. En la segunda mitad del siglo VIII ese territorio estaba sometido a una doble influencia: la de los francos, por el norte, y la de los musulmanes, por el sur. En el año 788 los vascones que vivían en las montañas de Navarra atacaron por sorpresa al ejército carolingio, que regresaba a Francia, tras haber acudido a Zaragoza en defensa de los Banu Qasi, familia de muladíes que gobernaba aquella marca fronteriza de al-Andalus.
Inicios del Reino de Pamplona
La génesis del reino de Pamplona, posteriormente llamado de Navarra, no es nada clara. De todos modos en los inicios del siglo IX un tal Íñigo Íñiguez, conocido como Arista pero al mismo tiempo denominado «príncipe de los vascones», instauró una monarquía en aquel territorio. Le sucedieron en el trono García Íñiguez (851-888), en cuyo reinado se favoreció el paso de los peregrinos que acudían a Compostela, y Fortún Garcés (888-905).
Avance del Reino de Pamplona
No obstante, en la siguiente centuria aparece al frente de la monarquía pamplonesa otra dinastía, conocida como Jimena. Su fundador fue Sancho Garcés I (905-925), el cual incorporó a su reino diversos territorios situados en las tierras llanas del sur, situadas en el Alto Ebro. En concreto, el citado monarca conquistó una parte de La Rioja, incluyendo la villa de Nájera (914) y años más tarde, Vigueta (923), aunque también sufrió una humillante derrota en Valdejunquera (920) ante las tropas del califa cordobés Abderramán III. A Sancho Garcés I le sucedió en el trono García Sánchez I (925-970), el cual dio un importante paso al contraer nupcias con la heredera del condado de Aragón, Andregoto Galíndez. Como consecuencia de esa unión, Navarra y Aragón permanecerían unidas, situación que se mantuvo durante cerca de un siglo. Los últimos monarcas pamploneses del siglo X, Sancho Garcés II (970-994) y García Sánchez II (994-1000), fueron testigos de las terribles aceifas lanzadas por el hachib cordobés Almanzor.
Sancho Garcés III, «Rey de las Españas»
Ahora bien, en el primer tercio del siglo XI el reino de Pamplona, a cuyo frente se hallaba Sancho Garcés III (1000-1035), más conocido como Sancho el Mayor, se convirtió en el más importante de todos los núcleos políticos de la España cristiana. Por de pronto, Sancho III incorporó a sus dominios los territorios de Sobrarbe y Ribagorza, al tiempo que conseguía que otros condes de la España oriental le prestaran vasallaje, entre ellos el de Pallars. Importante fue también el matrimonio del monarca pamplonés con doña Sancha, convertida en el año 1029 en heredera del condado de Castilla, lo que supuso la vinculación de este territorio al reino navarro. Recordemos, finalmente, que las tropas pamplonesas entraron en la ciudad de León en el año 1034. Aquel acontecimiento dio lugar a que Sancho III se intitulase «rey de las Españas» y «poseedor del Imperio». De todos modos la importancia del reino de Pamplona en esas fechas no sólo obedecía a los éxitos militares y políticos de Sancho III, sino también a la fortaleza económica de que daba muestras su reino, en el que estaban cobrando notable pujanza la artesanía y el comercio. En particular destacaba el núcleo urbano de Pamplona, «ciudad espaciosa y rica», al decir del cronista árabe al-Himyari, Sancho III, por otra parte, mantuvo estrechos contactos con la Europa cristiana, lo que se tradujo en la aceptación en su reino de la reforma cluniacense así como en el notable impulso que dio al camino de peregrinos que, procedente de Francia y tras cruzar su reino, Se dirigía a Santiago de Compostela.
El condado de Aragón
El condado de Aragón, que debe su nombre a un río, surgió en la zona pirenaica, concretamente en los valles de Ansó, Echo y Canfranc. Su origen tiene mucho que ver con el interés mostrado por los francos en proteger sus fronteras meridionales de un posible ataque musulmán. A comienzos del siglo IX encontramos un conde llamado Aureolo, del que apenas se sabe otra cosa sino que era un vasallo de los reyes francos. Mas la primera dinastía condal aragonesa que revestía síntomas de solidez apareció poco después, en el año 828. Al frente de ella se situaba Aznar Galíndez. En tiempos de sus sucesores, Galindo Aznárez I (844-867), Aznar Galíndez II (867-893) y Galindo Aznárez II (893-922), el condado, cuya principal urbe era Jaca, se fue extendiendo hacia la cuenca alta del Gállego, al tiempo que se desdibujaba la influencia carolingia. La heredera de Galindo Aznárez II, llamada Andre-goto Galíndez, casó con el rey de Pamplona García Sánchez I. De esa forma el condado de Aragón entraba en la órbita de los monarcas pamploneses.
Los condados de la futura Cataluña
El término de Marca Hispánica se ha aplicado, aunque quizá con poco fundamento, al conjunto de los territorios del nordeste de la península Ibérica, los cuales constituyeron, durante los siglos IX y X, una de las fronteras meridionales del Imperio carolingio. El punto de partida de esos núcleos políticos se encuentra en la ocupación, en el año 801, de la ciudad de Barcelona, gracias a la unión de la población hispanovisigoda de la antigua Tarraconense con los ejércitos francos, a cuyo frente se hallaba Ludovico Pío, o Luis el Piadoso, hijo de Carlomagno. Barcelona se convirtió en el centro de un condado, pero paralelamente fueron surgiendo otros condados, como los de Gerona, Urgel, Cerdaña, Besalú y Ampurias. Al frente de dichos condados se situaron en un principio dirigentes de las aristocracias locales, mas la actitud independentista de algunos de ellos, entre los que cabe mencionar al conde Bera de Barcelona, motivó la instalación de francos. No obstante, la crisis del Imperio carolingio, y ante todo las luchas que siguieron a la muerte de Luis el Piadoso (840), facilitaron que los condes de aquellos territorios pudieran transmitir los cargos a sus herederos, al tiempo que se diluía la influencia franca.
Proceso de repoblación del Conde Vifredo, el Velloso
Un conde de suma importancia fue Vifredo el Velloso (879-898), el cual, además de su condición de conde de Barcelona, se hizo con el control de otros varios condados. Tres de esos condados, Barcelona, Gerona y Vic, pasarían indivisos a sus herederos. Vifredo el Velloso impulsó las tareas repobladoras, plasmadas en la ocupación del condado de Osona, o plana de Vic. Dicha repoblación fue efectuada por el sistema de la aprisio, semejante a la presura del reino astur, siendo sus protagonistas gentes originarias de las comarcas pirenaicas, que actuaban por su cuenta o bajo la dirección de vasallos del conde Vifredo. Como consecuencia de esa actuación la frontera meridional de la Marca Hispánica se situó en el curso de los ríos Llobregat, Cardoner y Segre Medio. El conde Vifredo, por otra parte, gozó de amplia autonomía, en buena medida debido al declive de la dinastía carolingia, pero no rompió en ningún momento los lazos que le unían con los reyes francos. La vieja idea de que Vifredo el Velloso alcanzó la independencia de sus condados, fomentada por la historiografía romántica, no tiene el menor fundamento Tras la muerte de Vifredo los condados de la futura Cataluña prosiguieron la actividad repobladora, aunque ésta sólo tomó verdadero impulso después de la desaparición de Almanzor.
Fin de Lazos con el Reino Franco
El corte definitivo con los monarcas francos, por otra parte, tuvo lugar a finales del siglo X, concretamente en el año 988, cuando el conde de Barcelona, a la sazón Borrell II, aprovechó el cambio de dinastía producido en tierras francesas, en donde tuvo lugar el acceso al trono de los Capetos, para dejar de prestar el juramento de fidelidad a los reyes francos. Su sucesor, Ramón Borrell (998-1018), fue protagonista del avance de sus dominios por tierras de la Segarra, la Conca de Barberá y el Camp de Tarragona, territorios que formaban parte de lo que se denominará la Cataluña Nueva.
Los territorios de la denominada Marca Hispánica eran ante todo rurales, destacando el cultivo de cereales, vid y hortalizas, así como de habas. Había también ciudades, como Gerona y, en particular, Barcelona. La conexión con el reino franco explica la penetración de las instituciones feudales europeas. Muchos campesinos se encontraban en situación de dependencia, pero también habia tierras alodiales, es decir, libres de cargas. La autoridad máxima la ejercían los condes, representantes de los reyes francos.
Los condados se dividían en distritos militares, las vicarías, dirigidas Por un vicario o veguer.