Teodorico II, gobernó el Imperio e Hispania entre los años 457-466. Pocos días después de la victoria de Teodorico II en el río Órbigo, el emperador galo Eparquio Avito fue derrocado por el magister militum Ricimero, de extracción sueva y visigoda, auténtico poder en la sombra en Ravena hasta su fallecimiento en 472. El giro de los acontecimientos obligó al monarca tolosano a abandonar la Península ibérica, en marzo de 457, aunque una parte del ejército permaneció y prosiguió un avance hacia la Bética, que culminó con un cierto control sobre Sevilla. Los teóricos federados seguían la línea de la expansión sueva con conciencia creciente de construcción de un dominio visigodo en la Península. Sin embargo, los planes de Teodorico II respecto al reino bárbaro nororiental no prosperaron, dada la ambición autonomista del cliente Agiulfo. Tras su muerte en junio de 457, ante el vacío de poder, la Galicia marítima se vio fragmentada en unidades controladas por diferentes caudillos, reflejo todo ello de una etnogénesis no plenamente madura, que, por tanto, no había resistido el embate de una dura derrota militar.
A fines de 457, Mayoriano, uno de los partícipes de la rebelión contra Eparquio Avito, fue proclamado emperador con la aquiescencia de Ricimero. La reticencia primera de Teodorico II se transformó en reconocimiento a partir de 459, lo cual posibilitó una acción conjunta en territorio suevo. De mayor trascendencia fueron intervenciones específicamente imperiales en Hispania. Desde la Tarraconense, donde se había reforzado la autoridad romana, Mayoriano recorrió en la primavera de 460 la Península en un intento baldío de desarrollar una expedición naval contra los vándalos. Su fracaso, sin duda, propició la deposición por Ricimero en el verano de 461. Con ello, se sancionaba un definitivo alejamiento imperial de Hispania, pues las preocupaciones de Ravena se estrecharon a una mera supervivencia itálica, abandonando de hecho a su suerte a las provincias del Imperio. En los años sesenta, desaparecieron los cargos militares de ámbito hispánico, así como cualquier significativa presencia de tropas imperiales en suelo hispano. No extraña, por tanto, la progresiva conciencia de falta de referencia y desprotección que se generalizó entre las distintas aristocracias peninsulares. Es sintomático de la vacuidad imperial el hecho de que un noble galaico-romano, Palogorio, dirigiera sus pasos a la corte visigoda, en lugar de a Rávena, en 461 en busca de ayuda frente a las depredaciones suevas.
Teodorico II y su reconocimiento en el noroeste
En estos años, Teodorico II retomó de nuevo la cuestión del noroeste peninsular, consiguiendo el reconocimiento como monarca en 465 de Remismundo (465-469), un aristócrata suevo afín; el año anterior, había contraído nupcias con una visigoda y había pasado a formar parte de la clientela del rey tolosano. La asimilación al mundo del reino transpirenaico se procuró ampliar también a la esfera religiosa. Con la aquiescencia de Remismundo, el godo Ayax comenzó a predicar la fe arriana en un ámbito de gran fluidez de creencias. El paganismo debía tener fuertes raíces entre los suevos y el mundo rural galaico, donde, un siglo más tarde, mantenía su vigor, según nos testimonia el obispo Martín de Braga (ca.520-579) en De correctione rusticorum; buen número de cristianos perseveraba todavía en las doctrinas priscilianistas, combatidas con ardor por el clero católico.