La principal fuente de riqueza de la economía visigoda fue la agricultura como corresponde a una sociedad mayoritariamente atada a la tierra. En esta actividad, como en otras, son herederos y continuadores de los últimos tiempos del Bajo Imperio romano, acrecentándose incluso la decadencia. Las formas de explotación del suelo continúan centradas en la villa, con división de la tierra en dos partes: la que el propietario cultiva directamente mediante siervos, el dominicatum, y el resto, que distribuye en parcelas entre los colonos. La tecnología agraria es también semejante, con uso del arado común, empleo de animales para arar y trillar, poco abono y sólo orgánico, y largos barbechos incluso de diez años.
La agricultura y la ganadería
Los regadíos romanos se mantuvieron, con canales y acequias, por lo que hubo sectores con riego artificial, lo que llamamos huerta. Hay leyes de Recesvinto penalizando el hurto de aguas, con multa y posterior devolución del turno de riego, así como el desvío «porque quitaba fuerza a los molinos». La producción tampoco varió sustancialmente, apenas introdujeron alguna especie nueva. Se cultivaron fundamentalmente cereales, mucha vid incluso en tierras altas, y olivo, sobre todo en la Bética. El cereal lo requerían las costumbres alimentarias; el vino era el complemento nutricional habitual, pero además era necesario en todas partes para celebrar la Misa, y en cuanto al olivo, san Isidoro distingue tres clases de aceite: el común, extraído de olivas negras, el verde, de olivas verdes, sin madurar y el hispano, que era el mejor, proveniente de aceitunas blancas. La industria aceitera fue una de las más importantes de la Hispania visigoda. Hubo cultivos de frutas y legumbres en las huertas, incluso tutelados por las leyes, así como también se protegieron algunos árboles (manzano, olivo) y se estimulo la roturación de montes y prados, otorgando al roturador un tercio de la tierra puesta en cultivo.
Tierras Trabajadas
Las pequeñas propiedades libres eran cultivadas por sus dueños, los privati, pero con el paso del tiempo, ya en el siglo VII, la producción se centró en la gran propiedad, concebida como una unidad, la villa, en la que no sólo se obtenían los productos agrícolas sino que también se centralizaba la actividad ganadera y se realizaban los trabajos artesanales imprescindibles para cubrir las necesidades generadas dentro de la propia explotación. Los latifundios revistieron una capital importancia desde el punto de vista económico, social y político, estaban en poder de magnates cuya base de riqueza y poder constituían, y eran cultivados por siervos, semi-libres, libertos y encomendados. Los señoríos eclesiásticos, también abundantes, eran cultivados por siervos de la Iglesia, por libertos sub obsequium o por colonos que pagaban al propietario el 10% del producto que sacaban. El patrimonio de la Corona, formado por unas tres mil villas o grandes propiedades, eran cultivado por los numerosísimos siervos fiscales, adscritos a la tierra.
Ganadería
La explotación ganadera, sobre todo lanar, como complementaria de la agricultura se produjo en todas las villas. Sin embargo hubo regiones de economía netamente ganadera (noroeste de Galicia) de rebaños trashumantes que constituían el principal medio de vida de las comunidades monásticas de esta zona, según cuenta la Vida de san Fructuoso. En alguna pizarra consta el pago de peajes por trashumar y la nomenclatura de las reses: anniculi (un año), sesquanas (año y medio) y trimos (tres años). También se criaron cerdos: Valerio de Bierzo, en las últimas décadas del siglo VII, escribió que abundaban los porquerizos entre los rústicos de las familias serviles pertenecientes a los grandes propietarios de es la zona leonesa. Tuvo importancia la cría caballar, sobre todo en la Bética.
La industria y el comercio
La minería decayó mucho respecto a la época del Bajo Imperio por agotamiento de las minas, pero aún subsistió en cierta medida la industria extractiva de la plata, plomo, cobre y estaño, así como el oro de arenas auríferas. En cuanto a la industria, entre las escasas innovaciones de los visigodos está la metalurgia con bellas realizaciones en el cabujado de piedras semipreciosas en labores de oro y plata. Hubo industria textil y curtidos con elaboración de la piel y del cuero.
La construcción
La construcción fue una industria floreciente sobre todo en el siglo VII, pese a que no son muchos los monumentos conservados, —se conservan piezas artísticas procedentes de construcciones desaparecidas—. La explicación que se ha dado de este fenómeno es que los que se mantienen están en lugares alejados de las vías de penetración de los musulmanes, en tanto que los edificios de las ciudades y zonas más pobladas, especialmente los religiosos, fueron destruidos o transformados por los conquistadores. Con esta industria se relacionan otras como la talla de la piedra para jambas y capiteles y la cerámica, cuyo foco principal se localiza en el valle del Guadalquivir.
Comercio Interior
El comercio interior fue muy escaso y el exterior se debilitó enormemente, aunque no llegó a desaparecer del todo (se exporta aceite…). El enrarecimiento del comercio interior viene dado porque hay poco para vender y falta demanda, como resultado de una economía cerrada y autosuficiente. No obstante hubo mercados, las fuentes de signan con el nombre de conventus mercantium las reuniones de mercaderes para celebrar feria que solían tenerse en la plaza mayor de muchas ciudades.
Comercio Exterior
El poco comercio exterior estuvo en manos de extranjeros de ultramar, aunque también hubo hispanos que lo practicaron. Los mercaderes dedicados este comercio se regían por un Derecho especial, el «Rodio» y tenían jueces especiales, los telonarii, así como lonjas de contratación propias, denominadas cataplus, en los puertos marítimos y en los fluviales más activos.
La moneda
La circulación de monedas fue escasa puesto que las clases altas laicas y eclesiásticas invertían sus ganancias en tesoros de oro y plata, sin el menor espíritu inversionista, de modo que en el ámbito rural muchas veces los impuestos se pagaron en especie. Pero esto no significa que la economía hispano-visigoda no fuese monetaria, puesto que todo se valora en dinero (multas, pagos…). El sistema monetario de los visigodos, prácticamente monometalista, se basó en el sueldo de oro de Constantino (1/72 de libra romana) y en la moneda bizantina, que primero usaron y luego imitaron. Pero no será hasta el reinado de Leovigildo cuando las acuñaciones se hagan a nombre del rey, y no del emperador de Oriente, respondiendo a la propaganda política que el concepto de Estado visigodo requería. Así pues la moneda propia, acuñada en Hispania e independiente ya del Imperio aparece con Leovigildo (573-586), quien pone su nombre en lugar del emperador bizantino, aunque conserva por un tiempo en el anverso el tema imperial de una Victoria andando, a la derecha del busto de rey y rodeando toda la leyenda Liuvigildi regis conob precedida de una pequeña cruz. En el reverso irá cuajando con el tiempo la cruz, rodeada de la leyenda con el nombre de la ceca. De todos modos los tipos difieren en cuanto a figuras, leyendas, diámetro y peso. Nunca se acuñó el sueldo, que pasó a ser una moneda de cuenta como lo era la libra; se acuñaron tremises o trientes de oro (un tercio del sueldo), que se convirtieron en la moneda nacional visigoda. Tampoco se acuñó la moneda fraccionaria, los siliquae, sirviendo como tal las piezas romanas de plata y bronce existentes, que siguieron circulando.
La equivalencia era la siguiente:
1 libra = 72 sueldos = 216 tremises = 1.728 siliqua
1 sueldo = 3 tremises = 24 siliqua
1 tremís = 8 siliqua
La acuñación monetaria estaba reservada al rey, como «regalía» o derecho exclusivo, aunque hay noticias de acuñaciones de particulares, tal vez reyes secesionistas cuyas aspiraciones no llegaron a cuajar. Hubo muchas cecas, cerca de 80, localizadas junto a las explotaciones auríferas; hubo también cecas móviles, por la necesidad repentina de acuñar «in situ». Los trientes de los reyes desde Leovigildo hasta Wamba poseían buena ley y correcto peso; a partir de Egica (687-702) fueron degenerando, de manera que a principios del siglo VIII eran prácticamente de plata. En cuanto al peso oficial, el del tremís de Leovigildo era de 1,45 grs. y el de Witiza 1,25. Siempre estuvo prohibido recortar o falsear las monedas.